*Diario secreto de Malinowski II

Llevo unos días dándole vueltas al proyecto del CityLab. Después de la visita al espacio físico he hecho un poco de etnografía virtual, sobre todo buscando información sobre los LivingLab, sus planteamientos y los discursos que justifican la creación del CityLab. Además la investigación de campo me ha llevado a grandes debates y discusiones con la “ciudadanía” sobre este proyecto, incluso con personas implicadas en el mismo y he clarificado algunas ideas sobre su funcionamiento, las dinámicas que persigue y su razón de ser.

En la red podemos encontrar bastante información sobre estos proyectos. En el blog de LivingLab, por ejemplo, he encontrado cual es el origen de esta iniciativa, lo que ha revelado el planteamiento inicial y los objetivos principales del primer proyecto. El CityLab es la materialización física de proyectos que ya funcionan en el mundo virtual, los LivingLabs. Los impulsores de la red de LivingLabs y de la idea de integrar a la ciudadanía en los procesos de producción han apuntado ya cuál es el sentido de estos laboratorios ciudadanos. Lo que se desprende de la lectura de estos textos es que los proyectos fueron creados por las empresas, con unos determinados objetivos que y son ellas quienes los dirigen.
En concreto el primer proyecto fue impulsado por unos arquitectos, que diseñaron una casa con las últimas tecnologías y metieron a gente dentro para ver cómo interactuaban con ella y que defectos le veían. Después se crearon otros modelos de Living Lab, muchos de los cuales tienen que ver con las tecnologías de teléfonos móviles o con programación de software.

El CityLab es un LivngLab de tercera generación donde las empresas buscan la colaboración desinteresada de los ciudadanos para dinamizar sus creaciones, para obtener ideas y proyectos de los usuarios y así reactivar el mercado y crear productos vendibles de manera más rápida y eficaz. El ciudadano dispone de servicios y tecnologías a su alcance que al ser utilizadas aportarán datos e información a sus creadores para mejorar su diseño y oferta. La empresa analiza el uso que el ciudadano hace del producto (aquí también hay un lugar para el antropólogo) y así aprende a mejorarlo, es capaz de "innovar" y maximizar las ventas. En algunos casos las empresas compensan la “ayuda” recibida ofreciendo servicios graturitos o colaborando con iniciativas públicas, lo que continua con la cadena de retroalimentación. Son los casos de nokia, linux y otros proyectos que se ofrecen de manera abierta y gratuita a la ciudadanía.

Esto del CityLab, ya lo dicen ellos mismos (Living Lab as Lead Markets o Are Living Labs a solution for Europe’s innovation problems?) es un invento de las empresas para ahorrarse trabajo en estudios de marketing, en inovación y en diseño de productos, utilizando a la ciudadanía como laboratorio de pruebas y experimentación. El CityLab, continuación de los proyectos LivingLab en funcionamiento por toda Europa, es un proyecto destinado a mejorar la producción de ciertos sectores empresariales con la ayuda de los ciudadanos, que podrán utilizar los prototipos y las nuevas tecnologías en estos centros para surtir de ideas a las empresas. Se trata de un laboratorio donde las empresas pueden realizar estudios de mercado de forma gratuita, aprovechando la presencia de ciudadanos seducidos por los grandes recursos que pueden utilizar. De esta forma, las empresas o grupos de investigación pueden crear productos adapatados ya a las necesidades de los usuarios, sin tener que hacer pruebas, estudios de impacto y de mercado, análisis de riesgos, etc. El producto cuenta de antemano con la aceptabilidad del usuario y esto ahorra tiempo y dinero.

No obstante, este tipo de relaciones que pueden plantearse de forma clara y venderse como una oportunidad para la ciudadanía para conocer como funciona el mercado de innovación o como un intercambio ideas-medios, en el que las personas pueden aprovecharse de los recursos del CityLab a cambio de aportar ideas o servir de modelos para el mercado y la producción, se esconde y disfraza tras un lenguaje y un discurso de participación que me parece falaz y malintencionado. Seamos realistas, ¿qué grado de participación REAL tiene el ciudadano? ¿Quién crea finalmente los productos? ¿Quién los vende? ¿Quién se beneficia y enriquece?
O por otro lado, ¿quien ha preguntado al ciudadano si le interesa colaborar con empresas y grupos de investigación universitaria? ¿Quien le ha preguntado si quiere tener un laboratorio ciudadano en su barrio? ¿Por qué no le han preguntado de qué manera le gustaría que el Estado gestionará el dinero público, recaudado de sus impuestos? ¿Qué pasa con la gente que no le interesa desarrollar proyectos con nuevas tecnologías, les obligarán a participar? ¿Por qué la participación se usa como gancho retórico cuando en realidad el ciudadano es un receptor pasivo de un proyecto millonario en el que quizá no tenga interés en participar? La participación se busca una vez que el proyecto ya se ha planteado y aceptado, ya se ha invertido el dinero (Superficie total construida del CitiLab: 4.571 m2; coste primera fase de las obras: 2,3 millones €; presupuesto segunda fase de las obras: 3 millones €) y se ha planeado el funcionamiento. ¿No contradice esto el propio planteamiento participativo, los principios de la investigación-acción, y aquello de que la ciudadanía de apropie de los recursos? ¿Por qué no se ha realizado una investigación en Cornellà para ver que demandaba la ciudadanía, en lugar de impulsar el proyecto del CityLab?



¿Conocimiento libre?

Se podría pensar que el conocimiento que se genera en el CityLab es libre, ya que se habla de la red de LivingLabs conectando todos los países de Europa, intercambiando información y conocimiento. Pero nada más lejos de la realidad, creo que Lluís lo ilustró claramente:
-nos basaremos sobre todo en la “marca” Creative Commons
-¿cuál de las tres formas de licencia, la que es totalmente libre? pregunto yo.
-Sí claro, la libre, siempre y cuando no se utilice con ánimo de lucro y que no se transforme o manipule el contenido.
Es decir, que de libre nada, ese tipo de licencia establece las mismas clausulas que la licencia del copyright. Considero que esto es muy significativo, como metáfora de lo que ocurre en el CityLab. Por un lado existe un discurso, un lenguaje, una marca; pero con sólo soplar en la superficie aparece el verdadero trasfondo de estos proyectos y de sus intereses. Y además salta a la vista: enormes inversiones de dinero, grandes empresas implicadas, participación de la administración, contactos y subvenciones europeas.... el proyecto persigue unos intereses claros que no son exclusivamente sociales y a fondo perdido.



Detrás del lenguaje de la "participación"


Según los planteamientos de sus impulsores y lo leído en la red, se deduce que uno de los objetivos principales del CityLab va a ser proporcionar ideas y beneficios a las empresas. Otro de los objetivos claros, que yo veo, es que servirá para justificar los presupuestos públicos dedicados a ayudas sociales. Es decir, el CityLab es una forma de producir proyectos cuya traducción en memorias, presupuestos y todo tipo de papeles burocráticos justificarán la parte de los presupuestos públicos destinada a ayudas sociales. Una de las formas de sistematizar la burocracia y gestionar los presupuestos públicos es este centro, en el que por otro lado (no pretendo negarlo), determinados sectores de la población se verán beneficiados por los recursos y posibilidades que se ofrecen. Detrás de los intereses puramente empresariales y de las artimañas administrativas para justificar qué se hace con el dinero público, el CityLab ofrece una serie de servicios y posibilidades que no son despreciables. No obstante, si en los CityLabs se promueve la alfabetización digital o el software libre o la igualdad social (algunos teníamos esta idea al relacionar el CityLab con los telecentros que habíamos visitado y con el estudio del concepto de alfabetización digital), es porque existe un dinero público que debe utilizarse e invertirse en cuestiones sociales. Lo que me parece importante destacar es que no se invierte en cuestiones básicas o en las demandas verdaderas de la población, sino que se invierte en un macro-proyecto millonario como el CityLab, que nadie ha demandado y que experimenta con nuevas formas de conectar presupuestos públicos, empresas y universidades. Esto es lo que hay, esto es lo que se ofrece y esto es lo que la población “debe” utilizar. De esta forma los proyectos que se realicen justificarán las inversiones sociales de la administración y al mismo tiempo contribuirán a generar mercado y beneficios en el mundo empresarial y universitario. Los gestores del centro se esforzarán por “hacer participar” a la ciudadanía en este nuevo entramado burocrático.

Así funciona el sistema económico de mercado y el sistema de ayudas sociales en el Estado español y en las autonomías. Los recursos para cuestiones sociales no se destinan a sufragar las necesidades de la ciudadanía, atendiendo a sus verdaderas demandas (vivienda, trabajo, seguridad social de calidad, etc.) sino que se invierten en proyectos que encajen en los flujos de mercado. Proyectos que se nutren del dinero público y privado, que generan mercado y beneficios que posteriormente vuelven a revertir en el estado y las empresas. En ese proceso que se retroalimenta se introduce al ciudadano, para justificar los gastos y crear una ilusión de labor social. Evidentemente no negaré que puedan llevarse acabo proyectos interesantes y que ciertos sectores de la población (seguramente conocidos del CityLab o de sus gestores, o élites concretas relacionadas con las TICs) puedan beneficiarse de las ayudas y de la colaboración con el CityLab, esperemos que así sea. Esperemos que los antropólogos, los funcionarios, los empresarios y toda la gente implicada en este proyecto sea capaz de ponerse de acuerdo y establecer criterios de gestión que privilegien los proyectos ciudadanos. Ahora bien, que no nos hagan propaganda del CityLab como si supusiera una revolución social, como si fuera dar la voz a la ciudadanía y provocar un cambio radical en las relaciones entre ciudadanía, empresas y universidad. Este tipo de ayudas sociales y redes de colaboración se han dado siempre y podemos verlas de la misma manera en los Telecentros, las fundaciones de ayuda social (de bancos, empresas o multinacionales), en las redes de ONG's, etc. No veo donde está el cambio sustancial, desde la perspectiva del ciudadano, entre utilizar los recursos del CityLab para realizar un proyecto y pedir una ayuda o una subvención de otro tipo. En ambos casos es la administración o los gestores encargados quienes deciden qué proyectos o iniciativas se realizan y cuales no. La única diferencia es que en el caso del CityLab la ayuda recibida no sólo sirve para justificar los presupuestos públicos, sino que además aporta ideas y conocimientos a las empresas, que quizá, en algunos casos, puedan dedicarlos a mejorar algunos servicios públicos o gratuitos. Además, la inversión en nuevas tecnologías está bien vista desde ciertos sectores políticos, es una cuestión en auge, seguro que proyectos de este tipo obtienen más fácilmente subvenciones europeas.



¿Podemos ser críticos con el sistema capitalista de mercado?

Evidentemente, los proyectos de CityLab y LivingLab no son críticos con el sistema capitalista, me recuerda MªJesús Buxó. Y no es que yo lo creyera, pero me preguntaba dónde veían el proceso participativo en el espacio del CityLab. Ahora ya lo he entendido, la etnografía virtual me ha aportado datos esclarecedores, no obstante, me resultó muy interesante la respuesta de Buxó a mi pregunta. Buxó hablaba de integrar a la ciudadanía en la institución científica, que sus ideas contaran, que no estuviera aislada. A mi esto me recordaba a las ideas que se plantean en Filosofía de la Ciencia o en Bioética, donde hay tendencias que consideran necesaria la participación de la población no en el proceso de producción, sino en la toma de decisiones que afectarán a toda la sociedad. Claro, esto puede parecer un poco utópico cuando somos conscientes de los intereses económicos que mueven y dirigen las investigaciones científicas y yo preguntaba, en este sentido, dónde quedaba la participación ciudadana en este tipo de cuestiones. Nos referíamos sobre todo a procesos de creación e innovación científica que han suscitado debate público, por ejemplo el uso de semillas modificadas genéticamente o la clonación terapéutica, donde el debate ha trascendido a los medios de comunicación pero sólo en algunos casos se ha escuchado la voz de la ciudadanía.

La respuesta de Buxó fue contundente, la participación, como en cualquier sistema democrático se traduce en el derecho al voto. Cada persona puede decidir y participar en la discusión política votando cada cuatro años al partido que defienda las líneas de investigación que considere más oportunas. Es esta la única forma de participar en decisiones que en la práctica sabemos son tomadas por las empresas y los gobiernos según sus intereses.

Creo que Buxó tiene toda la razón del mundo, esto es lo que hay, la sociedad de mercado se rige y sustenta según estos parámetros. El problema es que tanto hablar de participación, colaboración, experimentación, de que el ciudadano se apropie del espacio y de los medios, que me había olvidado que todo esto no es más que un montaje empresarial e institucional que se le impone al ciudadano y que el discurso que utilizan es sólo una forma de pescar usuarios dispuestos a “participar” de este nuevo invento para alimentar el mercado y hacer circular el dinero. Y claro que no son críticos con el capitalismo, eso faltaría, pero creo que nosotras como ciudadanas y también como antropólogas sí que podemos serlo.




El antropólogo en el CityLab

Además de estas cuestiones, que revelan las relaciones entre los distintos actores y los intereses reales del proyecto, el tema relativo al papel del antropólogo en el CityLAb es también interesante para el análisis y me ha dado bastante que pensar. Al antropólogo se le ofrece, según mis investigaciones, gestionar y coordinar el CityLab. Es decir, ser el encargado de negociar y mediar con la ciudadanía para poder decidir cómo llevar a cabo proyectos concretos. El antropólogo, como científico social, tomará sus decisiones atendiendo (supuestamente) no a intereses puramente económicos y empresariales, sino estudiando la realidad social y las necesidades reales de la ciudadanía. Aunque todavía no se puede saber cómo funcionará la gestión del CityLab, es bastante previsible que se sigan las pautas de la Investigación-Acción.
Mis fuentes confirman que los impulsores del CityLab no tienen ni idea de qué hacer con él, de cómo gestionar el espacio y el dinero, de cómo impulsar los proyectos, y sobre todo de cómo involucrar a la población. De hecho, se confía en los antropólogos y un equipo de gestión para motivar a la ciudadanía a participar, para dinamizar el espacio, para darle vida. Además de esta labor de dinamizador, el antropólogo está para decidir qué proyectos son más “adecuados”. La necesidad de motivar y atraer a la gente hacia el proyecto es una muestra flagrante de que no se ha diseñado ni creado dentro de un proceso de participación a partir de las propuestas de la gente, sino que ha sido impulsado sin contar en absoluto con la opinión y colaboración ciudadana, y que ahora se busca a toda costa que se impliquen.
Es conveniente que el antropólogo que decida colaborar en este tipo de proyectos conozca los distintos intereses y el funcionamiento del CityLab, ya que se enfrentará seguramente a diferentes presiones y opiniones respecto a su trabajo. Pero sobre todo para asumir su trabajo como lo que es, gestión y reparto de recursos, mediación y negociación con los distintos actores, etc., y no como lo que plantean los discursos teóricos que quieren vender el producto CityLab como algo revolucionario.


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